Cuando degustas una copa de buen vino todos tus sentidos entran en juego.El gusto, el olfato, la percepción de texturas, la vista.
¿Y cuándo compartes con una pareja? En ambas situaciones, lo ideal para disfrutar a fondo el encuentro (con el elixir o el ser amado) es darse el tiempo necesario para sentir cada pequeño detalle. Con ello la experiencia es completa. Además, abrirnos a percibir el conjunto también puede darnos información importante.
La botella, el tipo de uva, la cosecha, el origen, forman parte de la primera impresión que nos atrae a conocer un vino más a fondo, a probarlo. En ambos casos, con el vino y con la persona, establecemos una relación a partir de nuestros gustos, experiencias previas y afinidades.
Un vino es como se ve y se degusta hoy en la copa, por todo lo que trae atrás. Una persona también.
Uno es sus experiencias previas, sus miedos, sus pasiones, sus expectativas, su historia. Y cuando estamos frente a alguien solemos necesitar tiempo y preparación para realmente mostrarnos como somos y dejarnos sentir. Incluso con quien hemos convivido muchos años, cada nueva experiencia sexual tiene que ver con la situación del momento, nuestro estado de ánimo y la disposición que tenemos. Ambos requieren de un preámbulo, de sentirse con libertad, seguridad y en el ambiente propicio. Por eso, degustar un vino no sólo implica tener una copa en frente y darle un trago o tomarla completa de un solo sorbo. Así como tampoco, en el caso de una persona, se trata sólo de tener las posibilidades físicas para involucrarse en una relación sexual.
El ambiente es importante. La presencia de otros sabores y aromas fuertes, como el café o el tabaco, interfieren en la percepción del vino, así como el estrés del día, las preocupaciones, conflictos de pareja o el miedo a fallar, dificultan que centremos la atención y disfrutemos los estímulos del momento por estar con la mente en otra parte.
En el caso de un encuentro con la pareja, igual que con el vino, darse el tiempo y crear una situación especial ayuda a disipar las interferencias y permitir que todos los sentidos entren en acción.
No es lo mismo tomar un buen vino en una copa cualquiera, que tomarlo en una copa de cristal en la que se aprecian mejor los colores y el brillo. Así como tampoco es lo mismo si pasamos directamente a beberlo sin darnos el tiempo de fijarnos en esos detalles.
Pensemos por un momento en un encuentro sexual como si fuera la degustación de un vino. La botella se descorcha y se deja oxigenar para exaltar los aromas que también influyen en el gusto, así como también una pareja va preparando poco a poco el terreno para provocar la disposición tanto física como emocional para algo más íntimo e intenso.
Pensemos por un momento en un encuentro sexual como si fuera la degustación de un vino. La botella se descorcha y se deja oxigenar para exaltar los aromas que también influyen en el gusto, así como también una pareja va preparando poco a poco el terreno para provocar la disposición tanto física como emocional para algo más íntimo e intenso.
En ambos casos, ir directo al grano hace que perdamos el gusto de los detalles y que quizá la experiencia nos sepa a poco o hasta nos sea indiferente. No desagradable, pero tampoco tan agradable como podría haber sido.
Con un vino, el primer golpe de nariz, la primera impresión que tenemos al olerlo sin moverlo, nos deja sentir los aromas más ligeros, los más volátiles. Con una persona, en el primer acercamiento (aunque llevemos años conviviendo) aflora lo que se tiene más en la superficie; quizá un cierto deseo, cariño, una sensación de “hoy toca”.
Pero conforme la situación evoluciona, se despiertan los sentidos y van emergiendo otro tipo de sensaciones y expresiones cada vez más intensas que, si nos detenemos a percibirlas, también nos van dando mucha información acerca de la persona y del proceso del encuentro.
Pero conforme la situación evoluciona, se despiertan los sentidos y van emergiendo otro tipo de sensaciones y expresiones cada vez más intensas que, si nos detenemos a percibirlas, también nos van dando mucha información acerca de la persona y del proceso del encuentro.
En un vino, al girar la copa, se desprenden olores más profundos, que parecían ocultos y que, curiosamente, como en la pareja, aún se pueden intensificar más.
Degustarlo tampoco se hace con prisa, ni se espera que las sensaciones se concentren en el paso rápido por la boca y el trago hacia la garganta, con lo que podríamos suponer que culminarían.
Hay una primera impresión que va evolucionando.
No es ésa con la que nos quedamos en la boca al final, ni después de tragarlo. Con la pareja es similar. Lo que sucede al terminar un encuentro, las expresiones de afecto, las miradas y la cercanía, pueden hacer de una experiencia, de entrada no tan satisfactoria, algo mucho más importante y, por el contrario, la indiferencia y la lejanía, pueden cambiar el dejo que queda de una relación inicialmente excepcional a algo poco significativo. Una buena experiencia nos lleva a querer más, una insatisfactoria, a la larga, nos lleva a evitar que se repita.
No es ésa con la que nos quedamos en la boca al final, ni después de tragarlo. Con la pareja es similar. Lo que sucede al terminar un encuentro, las expresiones de afecto, las miradas y la cercanía, pueden hacer de una experiencia, de entrada no tan satisfactoria, algo mucho más importante y, por el contrario, la indiferencia y la lejanía, pueden cambiar el dejo que queda de una relación inicialmente excepcional a algo poco significativo. Una buena experiencia nos lleva a querer más, una insatisfactoria, a la larga, nos lleva a evitar que se repita.
Vivianne Hiriart